San Francisco de Sales (1567-1622)
Obispo de Ginebra y Doctor de la Iglesia
Introducción a la vida devota, Tercera parte, cap. 15
Los bienes que tenemos no son nuestros: Dios nos los ha dado para que los cultivemos y quiere que los hagamos fructíferos y provechosos. Privaos siempre, pues, de alguna parte de vuestros medios, dándolos a los pobres, con corazón generoso. Es verdad que Dios os lo devolverá, no sólo en el otro mundo, sino también en éste, pues no hay nada que haga prosperar tanto a una persona en los asuntos temporales como la limosna. Pero hasta que Dios os lo devuelva, siempre estaréis empobrecidos en esa medida. ¡Oh, qué santo y rico es el empobrecimiento que se produce por la limosna!
Amad a los pobres y a la pobreza, porque con este amor os haréis verdaderamente pobres, ya que, como dice la Escritura: «Nos hacemos semejantes a lo que amamos» (cf. Os 9,10). El amor hace iguales entre sí a quienes aman: «¿Quién es débil y yo no?», dice san Pablo (2 Cor 11,29). Hubiera podido decir: «¿Quién es pobre, con quien yo no soy pobre?». Porque el amor le hizo hacerse semejante a aquellos a quienes amaba.
Si, pues, amáis a los pobres, participaréis verdaderamente de su pobreza y seréis pobres como ellos. Ahora bien, si amáis a los pobres, estad a menudo entre ellos; alegraos de verlos en vuestra casa y de visitarlos en la suya; asociaos gustosamente con ellos; alegraos de que estén cerca de vosotros en las iglesias, en las calles y en otros lugares. Sed pobres en la palabra con ellos, hablando con ellos como a sus iguales; pero sed ricos en las obras, dándoles de vuestros bienes como quien posee más. ¿Queréis hacer aún más? Haceos siervos de los pobres; Ve a servirles, con tus propias manos y a tus propias expensas. Este servicio tiene más gloria que un trono.
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