San León Magno (?-c.461)
Papa y Doctor de la Iglesia
10mo. Homilía para la Cuaresma
El Señor ha dicho “No he venido a llamar a justos sino a pecadores” (Mt 9,13). Por lo tanto, a ningún cristiano le está permitido odiar a otro, ya que nadie se salva sino gracias al perdón de sus pecados. Pueblo de Dios, sed santos y rectos: santos para apartarnos de lo prohibido y rectos para cumplir lo mandado. Ciertamente es estimable tener fe recta y doctrina santa; es muy loable reprimir la gula y ser manso e irreprochable en la castidad, pero estas virtudes no valen nada sin la caridad.
Por eso, amados, aunque cualquier tiempo es propicio para el ejercicio de la virtud de la caridad, este tiempo nos urge más especialmente. Así, quienes anhelan recibir la Pascua del Señor con cuerpos y almas santificados, deben esforzarse intensamente por adquirir esta gracia que incluye la suma de todas las virtudes y “cubre multitud de pecados” (1 Pe 4, 8). Por lo tanto, mientras estamos a punto de celebrar el más eminente de todos los misterios, en el que la sangre de Jesucristo borró todos nuestros pecados, preparémonos ante todo para ofrecer el sacrificio de la misericordia para que, lo que por la misericordia nos ha sido dado de Dios, nosotros mismos podemos mostrarlo a los que han pecado contra nosotros. Que los males sean arrojados al olvido, que los pecados no atraigan castigo, y que todos aquellos que nos han ofendido ya no teman ser retribuidos con la misma moneda.
Cada uno debe ser consciente de que él mismo es pecador y, para recibir él mismo el perdón, debe alegrarse de haber encontrado a alguien a quien perdonar. De este modo, siempre que digamos según el mandato del Señor: “Perdónanos nuestras deudas, como nosotros perdonamos a nuestros deudores” (Mt 6,12) estaremos seguros de obtener la misericordia de Dios.
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