Guillermo de Saint-Thierry (c.1085-1148)
benedictino, luego monje cisterciense
El espejo de la fe, 6; PL 180, 384
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“¿Quién sabe lo que pertenece a una persona sino el espíritu de la persona que está dentro? Del mismo modo, nadie conoce lo que es de Dios sino el Espíritu de Dios” (1Cor 2,11). Corred, pues, a entrar en comunión con el Espíritu Santo. Apenas lo invocamos, él está allí, y si lo invocamos es porque ya está presente para nosotros. Cuando es llamado, viene; viene en la abundancia de las bendiciones divinas. Él es ese río caudaloso que alegra la ciudad de Dios (Sal 46[45],5). Si viniendo os encuentra humildes y sin afanes, temerosos de la palabra de Dios, vendrá a posarse sobre vosotros y os revelará las cosas que Dios esconde a los sabios y entendidos de este mundo (Mt 11, 25). Entonces empezarán a resplandecer ante vosotros todas aquellas verdades que la Sabiduría habló a los discípulos estando en la tierra pero que ellos no pudieron soportar antes de la venida del Espíritu de verdad que había de enseñarles toda la verdad...
Así como los que adoran a Dios deben necesariamente adorarlo “en espíritu y en verdad” (Jn 4,24), así los que quieren conocerlo sólo tienen que buscar la comprensión de la fe en el Espíritu Santo. En medio de las tinieblas y la ignorancia de la vida, Él mismo es la luz que resplandece para los pobres de espíritu (Mt 5,3), la caridad que atrae y la dulzura que embelesa el alma, el amor de los que aman y la devoción de los que se entregan sin reserva. Él es quien revela la justicia de Dios de convicción en convicción; que da gracia a cambio de gracia (Jn 1,16) y la fe de la iluminación a la fe de los que escuchan la Palabra.
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