Concilio Vaticano II
Constitución Dogmática sobre la Iglesia “ Lumen gentium ”
Predestinada desde la eternidad por aquel decreto de la divina providencia que determinó la encarnación del Verbo como Madre de Dios, la Santísima Virgen fue en esta tierra la virgen Madre del Redentor, y sobre todas las demás y de manera singular la asociada generosa y humilde sierva del Señor. Ella concibió, dio a luz y alimentó a Cristo.
Ella lo presentó al Padre en el templo y se unió a Él por la compasión cuando murió en la Cruz. De esta manera singular cooperó con su obediencia, fe, esperanza y caridad ardiente a la obra del Salvador de devolver la vida sobrenatural a las almas. Por eso ella es nuestra madre en el orden de la gracia.
Esta maternidad de María en el orden de la gracia, dura hasta el cumplimiento eterno de todos los elegidos. Llevada al cielo, no abandonó este deber salvífico, sino que, por su constante intercesión, continuó brindándonos los dones de la salvación eterna. Con su caridad materna, cuida de los hermanos de su Hijo, que aún caminan por la tierra rodeados de peligros y cultos, hasta ser conducidos a la felicidad de su verdadera patria. Por eso la Santísima Virgen es invocada por la Iglesia bajo los títulos de Abogada, Auxiliadora, Adjutrix y Mediadora.
Porque ninguna criatura podría jamás ser considerada igual al Verbo Encarnado y Redentor. Así como el sacerdocio de Cristo es compartido de diversas maneras tanto por los ministros como por los fieles, y como la única bondad de Dios se comunica realmente de diversas maneras a sus criaturas, así también la única mediación del Redentor no excluye, sino que da lugar a una cooperación múltiple que no es más que una participación en esta única fuente.
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