San Gregorio de Nyssa (c.335-395)
monje y obispo
Sermones sobre el Cantar de los Cantares, n.º 11, 1
Este es uno de los grandes preceptos del Señor: que sus discípulos sacudan todo lo terrenal como si fuera polvo... para dejarse llevar hacia el cielo en un gran ímpetu. Nos exhorta a vencer el sueño, a buscar lo de arriba (Col 3, 1), a mantener el espíritu constantemente alerta y a apartar de nuestros ojos el sueño seductor. Hablo de ese sopor y letargo que llevan a la gente al error y fabrican las imágenes de los sueños: honor, riqueza, poder, grandeza, placer, éxito, lucro o prestigio.
Para olvidar tales sueños, el Señor nos pide que nos levantemos de este sueño pesado: no permitamos que la realidad se desvanezca en una búsqueda frenética de la nada. Nos pide que vigilemos: “Tengan ceñidas sus cinturas y encendidas las lámparas” (Lc 12, 35). La luz que deslumbra nuestros ojos echa fuera el sueño, el cinturón que nos aprieta la cintura mantiene alerta nuestro cuerpo. Expresa un esfuerzo que no tolera ningún letargo.
¡Qué claro es el significado de esta imagen! Ceñirse la cintura con la templanza es vivir a la luz de una conciencia pura. La lámpara encendida de la sinceridad alumbra el rostro, hace brotar la verdad, mantiene despierta el alma, la vuelve impermeable a la falsedad y ajena a la futilidad de nuestros débiles sueños. Vivamos según las exigencias de Cristo y compartiremos la vida de los ángeles. Porque nos une a ellos en este precepto: “Sed como siervos que esperan el regreso de su amo de las bodas, listos para abrir inmediatamente cuando él llega y llama” (Lc 12, 36). Ellos son los que están sentados a las puertas del cielo con ojo vigilante para que el Rey de la gloria (Sal 23[24],7) pase a su regreso de las bodas.
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