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«Conviértanse en mis discípulos; aprendan de mí»


#maronitas

San Agustín (354-430)

Obispo de Hipona (Norte de África) y Doctor de la Iglesia

Sobre la virginidad, 35-36; PL 40.416


Oh buen Jesús, con los ojos de la fe que has abierto en mí, te veo clamar y decir a toda la humanidad: “Venid a mí y siéntate en mi escuela”. ¿Cuál es la lección, oh tú por quien fueron hechas todas las cosas, cuál es la lección que venimos a aprender en tu escuela? “Que soy manso y humilde de corazón”. Porque es a esto a lo que pueden reducirse “todos los tesoros de la sabiduría y del conocimiento” escondidos en vuestro interior: a aprender esta lección principal: que sois “mansos y humildes de corazón”.


Que te escuchen los que buscan tu misericordia y tu verdad, que vengan a ti y aprendan de ti a ser amables y humildes, viviendo para ti y no para sí mismos. Que oigan estas cosas los que se afanan y están pesadamente cargados, tanto bajo su carga que no se atreven a levantar los ojos al cielo, los pecadores que se golpean el pecho y permanecen lejos. Oiga el centurión, que no era digno de que entrarais en su casa. Que Zaqueo, el publicano principal, lo escuche cuando devuelve el cuádruple del fruto de sus pecados. Oiga la mujer que había sido pecadora en el pueblo, que derramó tantas más lágrimas a tus pies cuanto más se había alejado de tus pasos. Que oigan a todas aquellas mujeres de mala vida y publicanos que van delante de los escribas y fariseos al Reino de los cielos. Que oigan a todos aquellos con toda clase de enfermedades de quienes fuiste acusado de ser el compañero de mesa.


Todos ellos rápidamente se vuelven mansos y humildes ante ti cuando se vuelven hacia ti al recordar su vida llena de pecado y tu misericordia llena de perdón. Porque “donde el pecado abundó, sobreabundó la gracia”.


(Referencias bíblicas: Col 2,3; Lc 18,13; Lc 7, 6; Lc 19, 8; Lc 7, 37; Mt 21, 31; Mt 9, 11; Rom 5, 20)

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