San Juan Pablo II
Papa de 1978 a 2005
Carta Apostólica “Mane Nobiscum Domine” para el Año de la Eucaristía
No hay duda de que la dimensión más evidente de la Eucaristía es que es una comida. La Eucaristía nació, en la tarde del Jueves Santo, en el marco de la cena pascual. Ser una comida es parte de su estructura misma. “Tomad, comed... Entonces tomó una copa y... se la dio, diciendo: Bebed de ella todos” (Mt 26, 26, 27). Como tal, expresa la comunión que Dios quiere establecer con nosotros y que nosotros mismos debemos construir unos con otros.
Sin embargo, no hay que olvidar que la comida eucarística tiene también un significado profunda y primordialmente sacrificial. En la Eucaristía, Cristo nos vuelve a hacer presente el sacrificio ofrecido una vez por todas en el Gólgota. Presente en la Eucaristía como Resucitado, lleva sin embargo las marcas de su pasión, de la que cada Misa es un “memorial”, como nos recuerda la Liturgia en la aclamación que sigue a la consagración: “Anunciamos tu muerte, Señor, proclamamos tu resurrección...”. Al mismo tiempo, mientras la Eucaristía hace presente lo ocurrido en el pasado, también nos impulsa hacia el futuro, cuando Cristo vendrá de nuevo al final de la historia. Este aspecto “escatológico” hace del Sacramento de la Eucaristía un acontecimiento que nos atrae hacia sí mismo y llena de esperanza nuestro camino cristiano.
Todas estas dimensiones de la Eucaristía se unen en un aspecto que más que ningún otro exige nuestra fe: el misterio de la presencia “real”. Con toda la tradición de la Iglesia, creemos que Jesús está verdaderamente presente bajo las especies eucarísticas... Es precisamente su presencia la que da los otros aspectos de la Eucaristía —como comida, como memorial del misterio pascual, como anticipación escatológica— un significado que va mucho más allá del mero simbolismo. La Eucaristía es misterio de presencia, cumplimiento perfecto de la promesa de Jesús de permanecer con nosotros hasta el fin del mundo.
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