San Alfonso María de Ligorio (1696-1787)
Obispo y Doctor de la Iglesia
Meditaciones para la Octava de la Epifanía, n. 3
Un ángel se le apareció en sueños a José y le advirtió que Herodes buscaba la vida del Niño Jesús: “Levántate”, le dijo, “toma al niño ya su madre y huye a Egipto”. Jesús apenas había nacido cuando fue perseguido a muerte. José obedeció sin demora la voz del ángel y advirtió a su santa esposa. Tomó todas las herramientas pobres que pudo llevar para poder tener los medios para llevar a cabo su trabajo en Egipto y tener algo con lo que mantener a su pequeña familia. María, por su parte, reunió en un bulto la ropa blanca necesaria para su divino hijo; luego, acercándose a la cuna donde él yacía, se arrodilló, besó los pies de su amado hijo y, llorando lágrimas de ternura, le dijo: “Oh hijo mío y Dios mío, has venido al mundo para salvar a la humanidad, apenas has nacido y buscan matarte!” Entonces ella lo tomó en sus brazos y, mientras lloraban, la santa pareja cerró la puerta y se alejó en la noche.
Amado Jesús, eres el rey de los cielos y ahora te veo con la semejanza de un niño, vagando en el destierro. Dime: ¿a quién buscas? Me conmueve la compasión cuando veo vuestra pobreza y humillación. Pero lo que me angustia aún más profundamente es la completa ingratitud con que veo que eres tratado por aquellos a quienes viniste a salvar. Vosotros lloráis, y yo lloro también por ser uno de los que os han despreciado y perseguido. Sin embargo, sepa que ahora preferiría su gracia a todos los reinos del mundo.
Perdóname todo el daño que te he causado. En el camino de esta vida a la eternidad déjame llevarte en mi corazón siguiendo el ejemplo de María, que te llevó en sus brazos durante la huida a Egipto. Amado Redentor, muchas veces te he echado de mi alma, pero ahora confío en que la has recuperado. Te lo suplico, átalo estrechamente a ti con los dulces lazos de tu amor.
Comments