San Efrén (c.306-373)
Diácono en Siria, Doctor de la Iglesia
Comentario al Diatessaron, 17, 7-10; SC 121
Cuando preguntó: “¿Dónde lo habéis puesto?”, las lágrimas brotaron de los ojos de nuestro Señor. Sus lágrimas eran como lluvia, Lázaro era como semilla y el sepulcro como la tierra. Gritó con una voz como de trueno y la muerte tembló ante su voz. Lázaro surgió como la semilla, salió y adoró al Señor que lo había resucitado.
Jesús devolvió la vida a Lázaro y murió en su lugar porque, cuando lo sacó del sepulcro y se sentó a su mesa, él mismo fue sepultado simbólicamente por el aceite que María derramó sobre su cabeza (Mt 26, 7). El poder de la muerte que lo había vencido durante cuatro días fue anulado, para que la muerte supiera cuán fácil fue para el Señor vencerla al tercer día.
Su promesa es verdadera: había prometido que él mismo volvería a la vida al tercer día (Mt 16, 21). Por eso el Señor devolvió a María y a Marta la alegría pisoteando la muerte para demostrar que él mismo no sería retenido por la muerte para siempre.
Desde ahora adelante, cada vez que alguien diga que resucitar al tercer día es imposible, consideren al que resucitó al cuarto día.
“Ve y quita la piedra”. ¿Qué es esto? El que resucitó a un muerto y le devolvió la vida, ¿no podría haber abierto el sepulcro y derribar la piedra? El que dijo a sus discípulos: “Si tenéis fe como un grano de mostaza, diréis a este monte: 'Pásate de aquí allá'” (Mt 17, 20), ¿no pudo apartar la piedra, cerrando ¿La entrada a la tumba con una palabra?
¡Ciertamente podría! Aquel cuya voz, cuando estaba colgado en la cruz, partió rocas y sepulcros, podría haber quitado la piedra con su palabra (Mt 27, 51-52).
Pero como era amigo de Lázaro, dijo: “Ábrela, para que te alcance el olor a podredumbre, y tú que lo envolviste en su sudario, desátalo, para que reconozcas al que sepultaste”.
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