La ermita de San Pedro y San Pablo en Annaya se vió iluminada el 15 de febrero de 1875 por la presencia del gran monje Chárbel Majluf
Por: Rita Karam de maronitas.org
Ermita de San Pedro y San Pablo
En la cumbre del monte Annaya se levanta la ermita de San Pedro y San Pablo visitada por millones de personas de todas partes del mundo para encontrar el silencio del mundo en sus rincones e inhalar el aroma de santidad propagado por los ermitaños que allí vivieron, y oler la fragancia de su amado santo, Chárbel, que entró en ella el 15 de febrero de 1875 y vivió allí durante veintitrés años hasta que su alma dejó su cuerpo, el 24 de diciembre de 1898.
Charbel obtuvo permiso para irse de ermitaño después de que se cumplió el milagro de la lámpara.
Una noche, el padre Charbel le pidió al sirviente que llenara la lámpara con aceite, pero este la llenó de agua. ¡Y he aquí, que la lámpara encendió! Esto hizo que el padre abad del monasterio se convenciera de la necesidad de permitir que Charbel se trasladara a la ermita del Monasterio de San Marón.
Acuden al lugar para escuchar el silencio de Charbel, que se evidencia en la sombra de los árboles plantados en el camino que asciende hacia la Ermita de las Maravillas.
A él acuden, viejos y jóvenes, unos llegan descalzos en cumplimiento de sus mandas, y otros repitiendo palabras nacidas de sus corazones piadosos llevando todas sus intenciones ocultas para ponerlos a los pies de Charbel, que está embriagado de Dios.
En los cuartos de la ermita, hay un sobrecogimiento excepcional que toca el corazón cada vez que entras se enciende, en ti, la chispa de la fe. Allí, donde Charbel oró y ayunó y comió y durmió y trabajó duro en el campo, la lámpara todavía está encendida. Su presencia todavía es tangible. Sientes que está a tu lado, lo imaginas arrodillado ante el sacramento en su propia alfombra de caña, orando al Señor con su inspiración. Deseas verlo durmiendo en su cama o arrodillado frente a la imagen de la Virgen María. Te gustaría sostener una pala y todas esas herramientas expuestas en los cuartos de la ermita y recibir la bendición del monje trabajador.
Allí vivía San Chárbel junto al cielo, orando y susurrando la protección de Dios.
Allí, “Bendito sea el que ha esparcido en el universo los versos del Señor que son mejores que el perfume, más deliciosos que el crisma y más ardientes que la albahaca”.
Hoy, en el aniversario de su entrada en la ermita, nosotros, a su vez, oramos a Dios por intercesión del santo monje ermitaño, repitiendo con él su oración:
Oh, Padre de Verdad, he aquí a tu Hijo, sacrificio que te agrada. Que el corazón de cada uno de nosotros se vuelva a la obediencia, a la castidad y a la pobreza, para que amemos a Jesús y lo sirvamos hasta la última hora. Amén
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