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Entremos con María al templo


Por: Marilyn Salibi de maronitas.org


Ana era estéril, pidió a Dios que le diera un hijo para dedicarlo a servir al Todopoderoso.

Así, la madre de la Madre del universo, tres años después de haber dado a luz a una hija a la que llamó María, llevó a su única hija al templo para que estuviera cerca de una sagrada educación divina.


Nuestra Señora María, entonces, fue colocada en el altar del Señor por el sacerdote Zacarías, para servir al templo con su inocencia, llenarlo de gracia y vivir cerca de Jerusalén.


Esta ofrenda, cuya bendita memoria hoy celebra la Iglesia, ha sido catalogada como la más santa desde la construcción del Templo ¿Quién puede superar a la Virgen María en su belleza, santidad y pureza?


La propia Virgen María es templo con cuerpo y alma, en el que descendió el Espíritu Santo con sus dones y en el que se formó el Hijo de Dios, Jesucristo.


Después de esta ofrenda, la Madre del Dios Vivo se dedicó a la oración incansable, al trabajo manual y al silencio con amor a Dios y la lectura de los Libros Sagrados.


Durante 12 años, María permaneció centrada en Dios, sumergida en el mar de la santidad, amando a sus compañeros, corriendo para ayudar a los necesitados, unida en el cansancio, el trabajo, hablando con los ángeles y comulgando con el Señor.


Residió en el templo hasta los 15 años, después de lo cual regresó a Nazaret, donde el plan de salvación de Dios comenzó a gestarse ante ella.


María aceptó el secreto de la Anunciación y José la llevó a su casa después de que se le apareció el ángel, en preparación para el nacimiento del Hijo del Dios vivo y hermano de la humanidad, Jesucristo, que fue crucificado por nuestra salvación.


Que esta fiesta sea, pues, una motivación que devuelva su pureza a nuestras almas pecadoras, en la que contemplemos al Crucificado en silencio y arrepentimiento, con el deseo de ofrecer nuestro corazón en sacrificio sobre su altar al servicio del Señor misericordioso.

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