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"Es mejor para ti que me vaya"

San Bernardo (1091-1153)

Monje cisterciense y doctor de la Iglesia

3er sermón de Pentecostés


#maronitas
Ilustracion de Pentecostés del Evangeliario de Rabbula

El Espíritu Santo cubrió a la Virgen María (Lc 1,35) y fortaleció a los apóstoles el día de Pentecostés. En su caso fue para suavizar el impacto sobre su cuerpo virginal de la venida de la divinidad y, en el de ellos, para «revestirlos de poder de lo alto» (Lc 24,49), es decir, de ardiente caridad. En su debilidad ¿cómo podrían haber cumplido su misión de vencer a la muerte sin ese «amor tan fuerte como la muerte» o no haber permitido que «las puertas del infierno prevalecieran contra ellos» sin esa «feroz pasión como el infierno»? (Mt 16,18; Sg 8,6). Sin embargo, al ver este entusiasmo, algunos pensaron que estaban borrachos (Hch 2,13).


Estaban embriagados, sí, pero con vino nuevo, aquel que la «vid verdadera» derramó desde lo alto del cielo, el que «regocija el corazón humano» (Jn 15,1; Sal 104[103],15). Este era un vino nuevo para los moradores de la tierra pero se encuentra en abundancia en el cielo, corre a raudales por las calles y plazas de la ciudad santa donde derrama alegría de corazón.


Y así en el cielo había un vino especial que la tierra ignoraba. Sin embargo, la tierra también tenía algo propio que era su gloria, la carne de Cristo, y el cielo tenía sed de la presencia de esa carne. ¿Puede alguien interponerse en el camino de un intercambio tan confiable y lleno de gracia, entre el cielo y la tierra, ángeles y apóstoles, como aquel por el cual la tierra posee el Espíritu Santo y el cielo la carne de Cristo?. «Si no voy lejos», dice Jesús, «el Abogado no vendrá a vosotros». Es decir, si no permites que lo que amas te abandone, no obtendrás lo que deseas. «Os conviene que yo vaya» y que os lleve de la tierra al cielo, de la carne al espíritu, porque el Padre es espíritu, el Hijo es espíritu y el Espíritu Santo también es espíritu. Y el Padre «quien es espíritu busca adoradores que le adoren en espíritu y en verdad» (Jn 4,23-24).

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