Simeón el Nuevo Teólogo (c.949-1022)
monje griego, santo de las iglesias ortodoxas
13ª catequesis
Muchos creen en la resurrección de Cristo pero pocos lo ven claramente. ¿Cómo, pues, los que no lo han visto pueden adorar a Cristo Jesús como el Santo, el Señor?
Como está escrito: “Nadie puede decir: 'Jesús es el Señor', sino por el Espíritu Santo” (1Cor 12,3), y también: “Dios es Espíritu, y los que le adoran deben hacerlo en Espíritu y en verdad” (Jn 4,24). ¿Cómo es, entonces, que el Espíritu Santo nos impulsa a decir hoy [en la liturgia]: “Hemos visto la resurrección de Cristo. Adoremos al Santo, al Señor Jesús, el único sin pecado”? ¿Cómo es que nos invita a reclamarlo como si lo hubiéramos visto?
Cristo resucitó de una vez por todas hace mil años, y aún entonces nadie lo vio resucitar. ¿Quiere la Sagrada Escritura que mintamos?
¡No en tu vida! Al contrario, nos exhorta a dar testimonio de la verdad, esa verdad que reproduce la resurrección de Cristo en cada uno de nosotros, su pueblo fiel, no una sola vez sino cuando, por así decirlo, el Maestro en persona, Cristo, resucita en nosotros, vestido de blanco y resplandeciente con los relámpagos de la incorruptibilidad y la divinidad.
Pues la venida luminosa del Espíritu nos hace vislumbrar, como en su mañana, la resurrección del Maestro. O más bien, nos concede el favor de verlo en persona, él resucitado. Por eso cantamos: “El Señor es Dios y se nos ha aparecido” (cf. Sal 118[117],27) y, aludiendo a su segunda venida, añadimos: “Bendito el que viene en nombre del Señor” (v.26).
Es así espiritualmente, para su percepción espiritual, que se muestra y se deja ver. Y cuando eso es obrado en nosotros por el Espíritu Santo, nos resucita de entre los muertos, nos da vida y nos concede que lo veamos íntegro, viviendo en nosotros, él, el inmortal e imperecedero. Nos concede la gracia de conocerle claramente, el que con él nos resucita y nos hace entrar con él en su gloria.