San Cesáreo de Arles (470-543)
monje y obispo
Sermones al pueblo, no. 37
“Cristo también sufrió por vosotros, dejándonos ejemplo para que sigáis sus huellas” (1 Pe 2,21). ¿Cuál de los ejemplos del Señor tendremos que seguir? ¿Es su resurrección de los muertos? ¿Es para caminar sobre el mar? De ninguna manera. Pero es la de ser mansos y humildes de corazón (Mt 11,29) y de amar no sólo a nuestros amigos sino también a nuestros enemigos (Mt 5,44).
“Para que podáis seguir sus pasos”, escribe San Pedro. Lo mismo dice también el bendito evangelista Juan: “El que pretende permanecer en Cristo, debe andar como él anduvo” (1 Jn 2,6). ¿Y cómo ha andado Cristo? Oró por sus enemigos en la cruz, diciendo: “Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen” (Lc 23,34). De hecho, han perdido el sentido y están poseídos por un espíritu maligno, y mientras nos persiguen, ellos mismos están sufriendo una persecución mucho mayor por parte del diablo. Por lo tanto, debemos orar más por su liberación que por su condenación.
Eso es precisamente lo que hizo el beato Esteban, el primero en seguir tan gloriosamente las huellas de Cristo. Porque, cuando fue alcanzado por una granizada de piedras, oraba de pie por sí mismo; pero, cayendo de rodillas, clamaba con todas sus fuerzas a sus enemigos: “Señor Jesucristo, no les tomes en cuenta este pecado” (He 7,60). Así que, aunque pensemos que no podemos imitar a nuestro Señor, imitemos al menos a aquel que fue su servidor como lo somos nosotros.
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