San Efrén (c.306-373)
Diácono en Siria, Doctor de la Iglesia
Diatesseron 8, 3-4 (cf SC 121, p.159)
«En la casa en que entren digan primero: "Paz a esta casa"». (Lc 10, 5), para que el mismo Señor entre y permanezca allí, como María.
Este saludo es el misterio de la fe, que brilla en el mundo. Gracias a él se sofoca la enemistad, se detiene la guerra y los pueblos se reconocen unos a otros. El efecto de aquel saludo quedó oculto por un velo a pesar de que prefigura el misterio de la resurrección, cuando la luz surge y el amanecer ahuyenta la noche. Desde el momento en que Cristo envió a sus discípulos, la gente comenzó a dar y recibir este saludo, fuente de sanación y bendición.
Este saludo con su poder oculto es más que suficiente para todos nosotros. Por eso Nuestro Señor lo envió, junto con sus discípulos, como precursor, para que trajera la paz y, llevado por la voz de los apóstoles que envió, preparara el camino delante de ellos.
Fue sembrado en cada vivienda; entró en todos los que la oyeron para separar y apartar a los hijos que reconoció como propios. Permaneció en ellos pero denunció a los que le eran ajenos, porque no lo recibieron con agrado.
Este saludo de paz no se secó; comenzó en los apóstoles y luego brotó en sus hermanos, revelando los tesoros inagotables del Señor. Presente en quienes de esta manera saludaban y en quienes acogían el saludo, este anuncio de paz no disminuyó ni se dividió.
Anunció que el Padre está cerca y está en todos; reveló que la misión del Hijo está ligada a todos, incluso si su objetivo es estar con su Padre. No dejará de proclamar que las imágenes ahora se han completado y que la verdad finalmente disipará todas las sombras.
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