San Agustín (354-430)
Obispo de Hipona (África del Norte) y Doctor de la Iglesia
Discursos sobre los salmos, Sal 109 (trad. breviario 2º miércoles de Adviento)
Dios fijó un tiempo para sus promesas, y un tiempo para cumplir lo que había prometido. El período de sus promesas fue desde el tiempo de los profetas hasta Juan el Bautista; y el plazo para cumplir lo que había prometido es desde Juan y en adelante hasta el fin. Dios es fiel: se hizo nuestro deudor no aceptando nada de nosotros, sino prometiéndonos tan grandes bendiciones. La promesa no fue suficiente; incluso optó por obligarse por escrito, creando para nosotros una especie de vínculo por sus promesas; para que cuando comenzó a cumplir sus promesas, contemplemos en las Escrituras el orden de su cumplimiento. El período de la profecía, por lo tanto, como ya hemos dicho con frecuencia, fue el anuncio de las promesas.
Prometió salvación eterna, y una vida eterna de bienaventuranza con los ángeles, una herencia inmarcesible (1P 1,4), gloria eterna, su rostro amado, su santuario en el cielo, y, por la resurrección de los muertos, no más temor de la muerte. Esta es, por así decirlo, su promesa final, hacia la cual tienden todos nuestros esfuerzos, y después de haberla recibido, no buscaremos más, no exigiremos nada más.
Tampoco ha pasado en silencio en sus promesas y profecías cómo se llegará a ese estado final. Él nos prometió la naturaleza divina: a los mortales, la inmortalidad; a los pecadores, justificación; a los náufragos, un estado de gloria.
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